miércoles, 4 de enero de 2012

Razor y Kowski. Un día cualquiera


Sonaba el despertador. Eran las doce del mediodía. El pitido entre agudos y graves. De fondo la respiración agitada de un sueño intranquilo. En la habitación de al lado los ronquidos cesaron. Se abrió la puerta y las bisagras añejas corearon en grupo un siseo chirriante. Pasos desiguales y pesados. El roce de las zapatillas contra el sucio suelo. El despertador sonaba más fuerte ahora. La respiración del durmiente era más clara. ¡Clack! El manotazo silenció el despertador que emitió un último pitido de protesta. Sonido de sábanas que caen al suelo. ¡Plof! Duro golpe en las costillas del durmiente.

-¡Qué cojones pasa! –se masajeaba en lado derecho mientras se incorporaba en la cama.
-¡Lleva media hora sonando tú puto despertador! ¿Se puede saber para qué cojones lo has programado? ¿Acaso tienes una cita con tú putita de abajo?- miraba a su hermano con la polla tiesa todavía después de haberse follado a toda la sección de Cheersleaders  de los Lakers en el mejor sueño que recordaba. Una gota de semen le bajaba por el interior de la pierna.
-¡Bonita manera de despertarme capullo, a golpes y con la polla apuntándome! ¿Por qué no te das una ducha fría y me dejas de dar el coñazo? –se puso de pie y rebuscó en los pantalones de los vaqueros el paquete de cigarrillos  y se encendió uno.
-Vete a la mierda gilipollas…y prepara café… -por fin  la erección bajaba en intensidad. Se dio media vuelta y fue a ponerse la ropa.
-Eso, encima ahora soy tu puta chacha. Por cierto, para ser hermano mío, tienes el colgajo muy pequeño. Qué diría nuestro padre si te viese. –Estaba llenando la cafetera de café molido.
-Seguro que aplaudiría, comparado con el cacahuete del viejo, hasta la de un niño de dos años es una polla considerable. –Los vaqueros tenían manchas. Y el jersey más arrugas que la vieja del primer piso. 

Ruidos en la cocina. Gorgoteo con aroma a café. De fondo, el sonido de la ducha. Vapor que se filtraba bajo la puerta. Ahora un ¡Clic! La televisión arrancó sombras en el comedor. Sonido de una cucharilla. Una puerta que se abre. Unas pisadas descalzas. Liquido que lleva un vaso. Otra vez la cucharilla tintineando en el vaso. Otro vaso. ¡Tchas! Chispas que alumbran por segundos. Una columna de humo sube hacia el techo.

-Este café sabe a meados, tanto ahorrar nos va a destrozar el cuerpo. –Intentaba no saborear demasiado el café.
-Era el más barato tío, la próxima vez bajas tú y lo compras. –fumaba un cigarrillo de liar con aroma a frutos silvestres.
-Eso pienso hacer, bajaré y le diré cuatro cosas a ese imbécil que no diferencia entre café y un saco de mierda. –Se levantó derramando el café de su hermano cuando golpeó la mesa con las rodillas.
-Perfecto tío, eres el puto amo. –se secó los pantalones con el mantel y cambió de canal en la televisión. Ahora un volcán estaba escupiendo sus entrañas sobre la civilización estupefacta.


Se escucha el abrir de la puerta. Los pies limpiándose en el felpudo de la entrada. La puerta cerrándose. Pisadas hacia en comedor. Ruido de bolsas de plástico.

-¡Que cabrón! El puto dueño del Badulaque me dice que si no tengo buen paladar no es asunto suyo. – Se sentó en la silla al lado de su hermano,  al lado del vaso medio vacío de café dejó un montón de monedas y un buen fajo de billetes manchados de sangre.
-¿y el café? – miró el dinero y volvió la vista  a la pantalla. Media ciudad estaba inundada por la vomitona del volcán.
-¿el café? Pues en la tienda, el cabrón no me quería vender nada, me decía no sé qué de que te follaste a su hija y le dieron varios puntos de sutura. –se encendió un cigarrillo y echó el humo hacia la pantalla. Ahora se veían personas corriendo mientras otras eran devoradas por ríos incandescentes.
-¡Ah! Sí, una estúpida mocosa que se retorcía como el rabo de una lagartija mientras me la follaba. No valía ni para ese polvo. ¿Qué le has dicho a ese bastardo? –Otra erupción acabó por enterrar la ciudad.
-Nada, le he machacado la cabeza con una botella de anís seco. – Sacó la botella de las bolsas y se sirvió un generoso trago. La botella tenía restos de cabello y unos pegotes rojos blanquecinos.
-¿y ese dinero? – La música puso fin a la película y un sin fin de letras aparecieron en la pantalla. Se giró y miró a su hermano a la cara.
-De la caja de la tienda, una limosna que no ha dado el dueño por los daños que pueda ocasionar el mal café que vende. –Le metió un trago al anís y chasqueó la lengua con placer. – ¡Ah! Se me olvidaba. Antes de caer inconsciente o muerto, no sé, dijo que su hija estaba preñada. –Una sonrisa apareció en su cara.
-Joder…en fin, si lo sé me quedo en la cama.

¡Pluf! Se apagó la televisión. Los vasos se llenaron varias veces hasta que la botella quedó vacía. Varios eructos. Una cajetilla de cigarros se quedó arrugada. El café quedó frío en la cafetera. Dos sillas se arrastraron. Pasos hacia las habitaciones. Dos puertas se cerraron. Una se abrió. El despertador fue a parar contra la pared.

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